Octavio, que ahora era el amo indiscutido del mundo romano, tuvo la precaución de no tomar el título de rey, tan detestable para los romanos. Mantuvo las apariencias del gobierno republicano y gobernó reteniendo simultáneamente los cargos o las facultades de varias magistraturas.
El senado también le dio el título de Augustus ("majestuoso"), y fue conocido como el princeps (el ciudadano "primero" o "principal"). Su gobierno fue considerado como un "principado" y no como una monarquía.
Sus sucesores preservaron durante mucho tiempo esta ficción legal del principado, aunque los historiadores están en lo correcto al afirmar que la república había muerto y que Augusto fue el primer emperador romano. Aunque no lo fue de nombre, en la realidad fue un monarca, y el título imperator ("comandante" de los ejércitos), que fue el origen de su poder imperial, llegó a significar posteriormente "emperador" en un sentido monárquico.
Augusto fue un gobernante sabio y moderado que proporcionó paz y prosperidad a su vasto imperio. Durante un censo decretado por él, comenzó, en Belén, la era del Nuevo Testamento.