13.00. Los Judíos del Primer Siglo de la Era Cristiana - Introducción

El período abarcado en esta parte comienza con la muerte de Herodes el Grande en el año 4 a. C., y termina con el fin de la segunda revuelta judía en el año 135 d. C. En este período vivieron y llevaron a cabo su ministerio público Juan el Bautista, Jesús y sus apóstoles. Todos ellos eran judíos y vivían en Palestina. Por eso la historia judía de este período es importantísima para la comprensión del cristianismo del Nuevo Testamento. El judaísmo del primer siglo constituyó el ambiente dentro del cual nació el cristianismo.

La historia judía de este período se caracteriza por la inquietud prevaleciente tanto en los asuntos religiosos como en los políticos. El judaísmo estaba dividido en varias sectas antagónicas, cuyas diferencias con frecuencia eran tanto políticas y sociales como religiosas. Los fariseos defendían un puritanismo legalista; los saduceos representaban a la aristocracia política y social; los esenios se aislaban en comunidades monásticas para esperar al Mesías, mientras que los herodianos y los zelotes ocupaban los extremos opuestos en política: los primeros como colaboradores de los romanos, y los segundos como rebeldes contra los mismos.

La vida judía durante este período giraba, en gran medida, en torno a la sinagoga local. Allí se reunían los judíos no sólo para adorar a Dios sino también para leer la ley y los profetas, y para explicar su contenido. La sinagoga era también, con frecuencia, una escuela para la instrucción de la juventud judía. Tanto por sus escritos como por su manera de vivir, los judíos hacían un impacto notable sobre el mundo pagano que los rodeaba. Llevaban a cabo intensas actividades proselitistas y ganaban muchos conversos de entre los paganos, ya fuera como simpatizantes o como judíos circuncidados y plenamente asimilados.

La expectativa mesiánica era fuerte entre los judíos durante este período. Muchos creían que el Prometido estaba por aparecer, y tanto los fariseos como los esenios tenían doctrinas bastante complejas en cuanto a su advenimiento. Por lo tanto, fue posible que varios impostores que pretendían ser el Mesías lograran rodearse de seguidores crédulos. Esta expectativa de un libertador del mundo apareció no sólo entre los judíos sino también, aunque en menor grado, en los círculos paganos.

El desasosiego político judío se agravó durante este período debido a una sucesión de inescrupulosos procuradores romanos que gobernaron en Judea. Las condiciones se agravaron hasta el punto de que en el año 66 d. C. los judíos comenzaron una revolución contra los romanos, que continuaron hasta el año 73 d. C. Jerusalén y su templo estaban ahora destruidos y la nación había sido dispersada. Años de silenciosa recuperación siguieron a esta catástrofe nacional.

Durante los primeros años del siglo II los judíos causaron varias pequeñas insurrecciones en diversas partes del Imperio Romano y, finalmente, en el año 132 d. C., estalló de nuevo en Palestina una revuelta en gran escala; pero en un lapso de tres años los judíos fueron otra vez aplastados por el poderío romano. Para prevenir futuras rebeliones, los romanos prohibieron que ningún judío jamás entrara otra vez en la ciudad de Jerusalén. De allí en delante el judaísmo palestino dejó de tener gran importancia para la historia del cristianismo.

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