19.01 - Los procuradores
18.04. Tiberio y los judíos
18.03. Sucesores de Herodes - Felipe
18.02. Sucesores de Herodes - Herodes Antipas
18.01. Sucesores de Herodes - Arquelao
Arquelao convocó al pueblo de Jerusalén cuando murió su padre. Sentado en lo alto de un trono de oro en el recinto del templo, se dirigió al pueblo con bellas palabras y promesas. La gente reaccionó presentando muchos pedidos, demandando la libertad de los presos, el perdón de los castigos de los que estaban acusados de delitos políticos, y la reducción de los impuestos. Era el tiempo de la pascua, y la ciudad estaba llena.
Como temía que estallara una rebelión, una compañía de soldados entró en el atrio del templo para mantener el orden; los soldados encontraron resistencia, y cuando llego un destacamento mayor se produjo una lucha en la cual murieron más de tres mil judíos. Entonces Sabino, administrador de Siria, aprovecho la presencia de los soldados romanos, e hizo que lo protegieran mientras robaba el tesoro.
Esto provocó una revuelta por toda Galilea y Judea. Por supuesto, esos levantamientos contra los romanos estaban condenados al fracaso. Varo, gobernador de Siria, llegó a Palestina con fuerzas suficientes, sofocó la revolución y crucificó a los dos mil de los infortunados judíos rebeldes.
Entre tanto Arquelao, Antipas y Felipe se habían marchado de Palestina para hacer efectivas sus ambiciones al territorio de su padre. Al mismo tiempo apareció también en Roma una delegación de judíos para rogarle a Augusto que los pusiera directamente bajo un gobernador romano y no bajo los hijos de Herodes. Pero Augusto aprobó las cláusulas del testamento de Herodes, con la excepción de que rehusó que Arquelao tuviera un título superior a la del etnarca. De esa manera los hijos de Herodes se posesionaron de la administración del reino de su padre.
Arquelao heredó el carácter de su padre, pero no su capacidad. El pueblo se quejaba, con razón, de que su reinado era bárbaro y tiránico, y en 6 d. C; Augusto lo desterró a Vienne, en las Galias. Judea y Samaria fueron anexadas a Siria y quedaron bajo el gobierno de un procurador romano, que era responsable ante el emperador através del gobernador de Siria.
Este arreglo continuó hasta que Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande y de su esposa asmonea Mariamna, llegó a ser rey de Judea en 41 d. C. por orden del emperador Calígula.
18.00. Sucesores de Herodes - Introducción
17.07. Vida religiosa judía - Proselitismo
17.06. Vida religiosa judía - Influencia judía
círculos.
También hay algunas pruebas de que la expectativa mesiánica judía hizo un impacto en el mundo gentil. La expectativa de que pronto aparecería un rey-salvador se propagó por todo el mundo antiguo debido, en parte, a que los judíos diseminaban el conocimento del Dios verdadero; en parte, a que las religiones paganas estaban perdiendo su atracción en la mente de los que pensaban, y, en parte, a la continua intranquilidad política que pendía sobre la civilización como una mortaja. Entre los gentiles muchos tenían una comprensión más clara de la esperanza mesiánica que los mismos dirigentes religiosos judíos.
Es evidente que esta esperanza fue pervertida por la gran mayoría. Hubo muchos que la aplicaron a uno u otro de los césares. Un grupo de "sabios" hizo una peregrinación a Italia en la búsqueda del salvador-rey. Inscripciones encontradas en Priene y Halicarnaso aplican un lenguaje mesiánico al emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.). El poeta romano Virgilio confirmaba que la popular esperanza mesiánica se había divulgado mucho, como se advierte en este pasaje de su Egloga:
"Ahora ha llegado la última era del canto de Cumas; la gran sucesión de los siglos comienza ahora. Ahora retorna la virgen, retorna el reinado de Saturno; ahora una nueva generación desciende del alto cielo. Sólo tú, pura Lucina, ¡sonríe por el nacimiento del niño, bajo el cual la progenie de hierro cesará primero; y una raza áurea se levantará por todo el mundo!... Desaparecerá cualquier rasgo duradero de nuestra culpa y se librará la tierra de su continuo terror. El tendrá el don de la vida divina; verá héroes confundidos con dioses, y él mismo será visto por ellos, y regirá un mundo al cual las virtudes de su padre han traído paz" (Egloga IV).
El nítido mesianismo pagano de esta égloga, atribuida por su compositor al oráculo de Cumas, probablemente se originó en los oráculos sibilinos con fuerte influencia judía, que en los días de Virgilio ya eran populares en el mundo romano. Sin duda, el mesianismo judaico de la diáspora influyó, en otras formas en los intelectuales romanos durante la era de Augusto y más tarde. Suetonio, historiador romano, escribió en estos términos: "Se había divulgado por todo el Oriente una antigua y firme creencia, de que en ese tiempo estaban destinados a regir el mundo de los hombres provenientes de Judea. Esta predicción, que se refiere al emperador de Roma, como después resultó ser en realidad, la gente de Judea se la aplicó a sí misma" (Vidas de los césares viii. 4). Otros historiadores antiguos registran una expectativa similar.
17.05. Vida religiosa judía - La diáspora
Los judíos establecían sus sinagogas por dondequiera que iban, y en ellas acogían bien a los gentiles. Hacía ya unos dos siglos que el Antiguo Testamento podía leerse en griego (el idioma internacional de ese tiempo) y era ampliamente estudiado por las clases más educadas. Los judíos y los prosélitos asistían a las grandes festividades religiosas de Jerusalén, especialmente a la pascua, y al volver contaban a otros lo que habían aprendido allí. Aunque los judíos quizá no fueran apreciados por sus vecinos paganos, sin embargo eran respetados, y en general prosperaban más. Sus conceptos morales y sus prácticas eran incomparablemente superiores a los de los paganos. Su vida familiar con frecuencia era un modelo que admiraban los paganos que los rodeaban, los cuales observaban cómo los judíos trataban y criaban a sus hijos, inclusive a los menos promisorios. A pesar de su fracaso de no estar a la altura de los elevados ideales que podrían haber alcanzado, es un hecho innegable, que a pesar de sí mismos, los judíos dieron por todo el mundo un testimonio importante y eficaz del Dios verdadero, Creador y Sustentador de todas las cosas.
Los escritores romanos clásicos muestran que estaban familiarizados con las costumbres judías, aunque no siempre describen esas costumbres con exactitud. Por ejemplo, el poeta Horacio menciona a un amigo quien en broma rehusaba hablar de negocios con él porque era el "trigésimo sábado", y que preguntaba " '¿vas a provocar al judío circunciso?'... 'Yo soy un hermano un poco más débil, uno de los muchos [que tienen escrúpulos religiosos]´" (Sátiras i. 9. 68-73). Aunque evidentemente los judíos no debían hablar de negocios en su día sagrado. Su oscura referencia al "trigésimo sábado" se ha interpretado de diversas maneras; pero ninguna explicación al respecto es plenamente satisfactoria.
Sin embargo, parece que los judíos eran despreciados por muchos por su forma de vivir, y especialmente por sus restricciones en la alimentación y su observancia del sábado. Agustín, uno de los padres de la iglesia, nos informa que el filósofo Séneca se quejaba de que los judíos "proceden inútilmente guardando esos séptimos días, por lo que pierden debido a su ociosidad aproximadamente una séptima parte de su vida" (La ciudad de Dios vi. 11). Juvenal el poeta satírico, escribió: "Algunas que han tenido un padre que reverencia el sábado, no adoran otra cosa sino las nubes y la divinidad de los cielos, y no ven diferencia entre comer carne de cerdo, de la cual se abstuvo su padre, y la carne humana; y con el tiempo practican la circuncisión... Por todo lo cual debía culparse al padre, quien dedicaba cada séptimo día a la ociosidad apartándolo de todas las preocupaciones de la vida" (Sátira 14).
Tácito, el historiador romano presenta con detalles las prácticas religiosas judías; pero con frecuencia entiende mal su origen y significado. "Los judíos -dice- consideran como profano todo lo que nosotros tenemos como sagrado; pero permiten todo lo que nosotros aborrecemos" (Historia v. 4). Afirma que los judíos se abstenían de comer cerdo debido a que recordaban una plaga de escaras que una vez habían sufrido los cerdos. Entendía que sus frecuentes ayunos eran una conmemoración de un hambre prolongada que sufrieron una vez, y creía que su consumo de pan sin levadura era un recuerdo de la prisa con que comieron cuando finalmente consiguieron alimento. Acerca de su observancia del sábado, Tácito explica que los judíos "dicen que al principio eligieron descansar en el séptimo día porque ese día terminaban sus tareas; pero después de un tiempo fueron inducidos por los encantos de la indolencia a dedicar también el séptimo año a la inactividad" (Historia v. 4).
Otros escritores paganos que se refieren a las prácticas judías son Dio Casio, Historia romana xxxvii. 17; César Augusto, citado por Suetonio en Vidas de los césares ii. 776; y Marcial, Epigramas iv. 4.