19.01 - Los procuradores


Cuando Arquelao fue depuesto, sus territorios fueron anexados a la provincia romana de Siria.  Siendo parte de una provincia imperial, Judea fue gobernada por un procurador, representante del emperador, y no por un procónsul que era responsable ante el senado, como sucedía en muchas de las otras provincias.

La sede de los procuradores romanos de Judea estaba en Cesarea. Allí disponían de un pequeño ejército compuesto mayormente de tropas provinciales. Aunque el salario del procurador era pagado por el tesoro imperial, también tenía ciertas oportunidades para aumentar sus bienes con el ejercicio de su cargo. Una de éstas radicaba en su autoridad suprema en asuntos judiciales, aun de vida o muerte, excepto en el caso de aquellos que podían probar que eran ciudadanos romanos.

Había dos limitaciones principales a la autoridad del procurador. Por un lado, tenía que responder ante el emperador y también, localmente, ante el legado de Siria; y por otro lado -menos formalmente-, ante el sanedrín judío, que siempre vigilaba para que no se excediera en su autoridad. Sin embargo, al mismo tiempo y debido a las complicaciones políticas del cargo, el sumo sacerdocio sólo podía ser ocupado con el consentimiento del procurador.

No importa cuán cuidadosos fueran los procuradores en el ejercicio de su mandato -y no siempre fueron cautelosos-, no podían satisfacer al pueblo judío. Se ha afirmado correctamente que la llegada de los procuradores romanos a Judea señaló el comienzo del fin de la nación judía porque los judíos repudiaban el gobierno extranjero.

18.04. Tiberio y los judíos

Tanto Felipe como Antipas disfrutaban de la amistad de Tiberio -emperador romano, 14-37 d.C.- ; pero los judíos sentían que no compartían esos favores y culpaban a Sejano, un pérfido consejero de Tiberio, de la dificultad en sus relaciones con el emperador.

En el año 19 d. C., debido a un desfalco en que estuvieron implicados ciertos judíos romanos, Tiberio desterró a todos los judíos de la capital. No se puede saber si ese edicto se cumplió rigurosamente. Sin embargo, por ese mismo tiempo -indudablemente con la aprobación del emperador- el senado enroló a 4.000 de los judíos más jóvenes de Roma para que combatieran a bandoleros en la isla de Cerdeña.

Esto fue realmente un problema para ellos, pues hasta ese tiempo los judíos habían estado exceptuados de servir en el ejército de Roma, y algunos de esos jóvenes reclutas sufrieron porque se negaron a servir (Josefo, Antigüedades xviii. 3. 5; Tácito, Anales ii. 85).

18.03. Sucesores de Herodes - Felipe

Este tercer hijo de Herodes, que heredó parte del poder, era muy diferente de sus hermanos. Durante su administración, que duró 37 años, siempre escuchó cualquier reclamo de justicia. Al viajar por sus territorios siempre estaba listo para atender cualquier caso que se le presentara. Sus dominios eran grandes en comparación con los de sus hermanos, pero económicamente, inferiores. Debido a la población mixta de esos territorios, hubo repetidos levantamientos; pero nunca en el tiempo de Felipe. Su reinado fue de paz tanto internamente como en sus relaciones exteriores. Su casamiento con Salomé, hija de Herodías, facilitó las relaciones amistosas con Antipas en Galilea y Perea durante los años finales de su reinado.

Aunque tenía sangre judía por parte de su madre -Cleopatra de Jerusalén- como los otros hijos de Herodes el Grande, Felipe fue pagano de corazón. Fue el primer gobernante judío que acuñó monedas con imágenes humanas. Esas tendencias propensas a la helenización no fueron, por supuesto, una molestia para su pueblo que era mayormente pagano.

La capital de Felipe estaba en Paneas, el antiguo santuario del dios Pan, cerca de una de las fuentes del río Jordán. El reedificó y embelleció la ciudad, y la denominó Cesarea en homenaje al emperador. Para distinguirla de otros lugares del mismo nombre en el Mediterráneo, esta ciudad era conocida con frecuencia como Cesarea de Filipo (Mateo 16: 13; Marcos 8: 27). Felipe también reedificó a Betsaida en la orilla noroeste del mar de Galilea, y la denominó Julia en honor a la hija de Augusto.

18.02. Sucesores de Herodes - Herodes Antipas

Herodes Antipas desempeñó bastante bien el gobierno de Galilea y de Perea. Aunque derrochaba en los gastos, su habilidad lo capacitó para mantener la paz en Galilea y para evitar los reproches de Augusto, quien conocía sus tendencias traidoras. Jesús describió correctamente su carácter llamándolo "aquella zorra" (Lucas 13: 32).

Cuando Tiberio ascendió al trono imperial en el año 14 d. C., Antipas fue favorecido; y en homenaje al emperador edificó una ciudad en la orilla occidental del mar de Galilea y la llamó Tiberíades, y también le dio ese nombre a todo el lago.

Antipas llevó a cabo otro gran programa de edificación por todo el territorio de su tetrarquía. Todos sus esfuerzos se inclinaron a la helenización, y su fingido judaísmo no era más que una farsa.

Antipas se casó con una hija de Aretas (2 Corintios 11: 32), del linaje de los gobernantes nabateos que habían luchado contra los romanos en la guerra de 64-63 a. C. (Ver "El origen de los Herodes" y "La llegada de Pompeyo").

Cuando Antipas estuvo de visita en Roma, renovó su trato con Herodías, que era tanto su sobrina como su cuñada. Herodías, hija de Aristóbulo -medio hermano de Antipas- se había casado con otro de sus medios hermanos (y tío de ella), un insignificante hijo de Herodes el Grande llamado Herodes Felipe. Antipas se enamoró completamente de ella, y Herodías de buen grado consintió en abandonar su domicilio en Roma a cambio de un palacio en Galilea. Él entonces abandonó a la hija de Aretas y tomó a Herodías, despojando así a su medio hermano.

Este hecho vergonzoso fue condenado por Juan el Bautista, condenación que le causó primero su encarcelamiento (Lucas 3: 19-20), y después su muerte, cuando Antipas lo ordenó para satisfacer el pedido de Herodías y su hija Salomé durante un banquete lleno de voluptuosidad, celebrado quizá en la fortaleza de Machaeras (Mateo 14: 3-12; Josefo, Antigüedades xviii. 5. 2).

Antipas creía supersticiosamente que Jesús podría ser Juan el Bautista que había resucitado (Mateo 14: 1-2) y parece que por lo menos una vez procuró matarlo (Lucas 13: 31). Sin embargo, cuando Jesús fue juzgado, se negó a dictar la sentencia que pedían los judíos, sentencia que también Pilato abrigaba la esperanza de evitar (Lucas 23: 4-25).

Pasaron casi diez años antes de que Aretas -ex suegro de Antipas- pudiera vengarse del divorcio de su hija. En el año 36 d. C. unas disputas fronterizas entre estos dos reyes causó una guerra, y Aretas infligió una seria derrota a las tropas de Antipas. Entonces éste ordenó al comandante romano Vitelio que vengara esa derrota; pero antes de que Vitelio pudiera hacerlo murió el emperador Tiberio, y frente a esa situación el general romano rehusó participar en dicha guerra.

Antipas se vio complicado en cambios dinásticos que apresuraron su caída. El nuevo emperador, Calígula, era íntimo amigo de Herodes Agripa I, hijo de Aristóbulo y hermano de Herodías. Por lo tanto, tan pronto como Calígula subió al poder dio a Agripa los territorios del noreste que habían sido gobernados por su tío Felipe y también le dio el título de rey. Los celos de Herodías se despertaron por esta distinción concedida a su hermano, e insistió que Antipas fuera a Roma y pidiera para él ese título.

Antipas, en contra de lo que le dictaba la razón, viajó el año 39 d. C.; pero entre tanto Agripa informaba a Calígula que Antipas había transgredido los reglamentos imperiales al acumular una gran cantidad de armamentos. Cuando Antipas llegó a Roma, el emperador lo obligó a que reconociera la verdad de esa acusación, y fue inmediatamente desterrado junto con su esposa a Lyon, en las Galias. Calígula añadió entonces los territorios de Galilea y Perea a los dominios de Herodes Agripa l.

18.01. Sucesores de Herodes - Arquelao

Arquelao convocó al pueblo de Jerusalén cuando murió su padre. Sentado en lo alto de un trono de oro en el recinto del templo, se dirigió al pueblo con bellas palabras y promesas. La gente reaccionó presentando muchos pedidos, demandando la libertad de los presos, el perdón de los castigos de los que estaban acusados de delitos políticos, y la reducción de los impuestos. Era el tiempo de la pascua, y la ciudad estaba llena.

Como temía que estallara una rebelión, una compañía de soldados entró en el atrio del templo para mantener el orden; los soldados encontraron resistencia, y cuando llego un destacamento mayor se produjo una lucha en la cual murieron más de tres mil judíos. Entonces Sabino, administrador de Siria, aprovecho la presencia de los soldados romanos, e hizo que lo protegieran mientras robaba el tesoro.

Esto provocó una revuelta por toda Galilea y Judea. Por supuesto, esos levantamientos contra los romanos estaban condenados al fracaso. Varo, gobernador de Siria, llegó a Palestina con fuerzas suficientes, sofocó la revolución y crucificó a los dos mil de los infortunados judíos rebeldes.

Entre tanto Arquelao, Antipas y Felipe se habían marchado de Palestina para hacer efectivas sus ambiciones al territorio de su padre. Al mismo tiempo apareció también en Roma una delegación de judíos para rogarle a Augusto que los pusiera directamente bajo un gobernador romano y no bajo los hijos de Herodes. Pero Augusto aprobó las cláusulas del testamento de Herodes, con la excepción de que rehusó que Arquelao tuviera un título superior a la del etnarca. De esa manera los hijos de Herodes se posesionaron de la administración del reino de su padre.

Arquelao heredó el carácter de su padre, pero no su capacidad. El pueblo se quejaba, con razón, de que su reinado era bárbaro y tiránico, y en 6 d. C; Augusto lo desterró a Vienne, en las Galias. Judea y Samaria fueron anexadas a Siria y quedaron bajo el gobierno de un procurador romano, que era responsable ante el emperador através del gobernador de Siria.

Este arreglo continuó hasta que Herodes Agripa I, nieto de Herodes el Grande y de su esposa asmonea Mariamna, llegó a ser rey de Judea en 41 d. C. por orden del emperador Calígula.

18.00. Sucesores de Herodes - Introducción

Cuando Herodes murió dejó un testamento que determinaba quién debía heredar su reino. Según las cláusulas de dicho testamento, los territorios, que con tanto esfuerzo y tanta falta de escrúpulos había tratado de que quedaran bajo un sola administración, fueron divididos entre sus hijos Arquelao, Herodes Antipas y Felipe.

Herodes dejó a Arquelao, el mayor de sus hijos sobrevivientes, Judea, Samaria e Idumea. Como los romanos no estaban seguros de su capacidad para gobernar, sólo le dieron el título de "etnarca", que significa "gobernante del pueblo".

Herodes Antipas se convirtió en el "tetrarca" de Galilea y de Perea. Este título que significaba originalmente "gobernante de la cuarta parte de una provincia", fue aplicado en la práctica al gobernante de cualquier subdivisión provincial.

Felipe también recibió el título de "tretarca" y el gobierno de los distritos del noreste: Paneas, Iturea, Traconítide, Gaulanítide, Batanea y Auranítide.

17.07. Vida religiosa judía - Proselitismo

El judaísmo se destacaba especialmente por su énfasis ético que contrastaba muchísimo con las religiones generalmente amorales del mundo romano. Los devotos de los antiguos dioses paganos se relacionaban con sus divinidades en los términos de un contrato. Los sacerdotes revelaban a los suyos las ceremonias que debían ejecutar y el ritual que debían seguir a fin de agradar a sus dioses. Cuando esos requisitos se cumplían en forma aceptable, los dioses -grandes y pequeños- estaban obligados, por lo menos, a no molestar o perjudicar a la gente, y en el mejor de los casos a protegerla de las dificultades y a proporcionarles beneficios materiales.

Las religiones paganas actuales consisten, en gran medida, en intentos similares para aplacar a los espíritus. Los cultos de misterios ("mistagónicos" o "mistéricos", por derivar de "mistagogo", sacerdote grecorromano que presidía en esos cultos), cuya popularidad aumentó rápidamente durante el período imperial, tampoco tenían un fondo moral. El adorador procuraba en esos cultos ponerse en relación personal con su dios. Por medio de sucesivas etapas de iniciación y de rituales, el devoto cumplía con los requisitos del culto al fin de los cuales -si no interfería alguna irreverencia o algún desliz de ritos- creía que se encontraría en la presencia del dios. Si el dios que se adoraba era sosegado o el devoto era de buena índole, este tipo de culto podría tener algún valor ético para él; pero ese efecto era secundario, casi accidental. Ciertas escuelas filosóficas, especialmente el estoisismo, lograban un impacto ético; pero rara vez llegaban hasta el pueblo común, ni tampoco se las puede considerar exactamente religiones.

Dada esta falta de ética en la religión pagana, la moralidad alcanzada por el pueblo judío debido a su concepto de la Deidad y por la Torah, llamaba la atención de los habitantes del imperio, especialmente porque los judíos aplicaban esa moral en la vida diaria de una manera notable. De ese modo muchos fueron inducidos a aceptar el judaísmo en mayor o menor grado, y el Nuevo Testamento habla de varias clases de "prosélitos", o sea individuos que acababan de aceptar la fe judía.

El centurión de Capernaúm del cual dijeron los judíos: "Ama a nuestra nación, y nos edifico una sinagoga", quizá era uno de esos prosélitos. Según ellos, eso lo hacía "digno" (Lucas 7: 4-5). Los prosélitos iban a Jerusalén para Pentecostés (Hechos 2: 10). Nicolás, "prosélito de Antioquía", fue uno de los primeros diáconos de la iglesia cristiana (Hechos 6: 3-6); el eunuco etíope "había venido de Jerusalén para adorar" (Hechos 8: 27); el centurión Cornelio, de Cesarea, era "temeroso de Dios" y "oraba a Dios siempre" (Hechos 10: 2); y los prosélitos de Antioquía de Pisidia escucharon atentamente a Pablo y Bernabé (Hechos 13: 43). Debido a que los métodos de los fariseos no eran éticos, Jesús condenó severamente su fervor para ganar prosélitos y también las desafortunadas consecuencias espirituales de sus dudosos métodos para conquistarlos (Mateo 23: 15).

Los judíos eran muy cuidadosos en el procedimiento de hacer prosélitos. Especificaban tres ceremonias necesarias por las cuales debía pasar un gentil para convertirse en un "prosélito de justicia", es decir un judío completo: (1) Debía someterse a la circuncisión; (2) debía ser bautizado por inmersión -bautismo que indudablemente fue el antecedente del rito cristiano-, y (3) debía ofrecer sacrificio. Por supuesto, este último requisito resultó imposible de cumplir después de la destrucción del templo en al año 70 d. C.

No sólo hacían proselitismo los judíos que estaban dentro de los límites de Judea y Galilea, sino también los de la diáspora, los de la dispersión. El éxito en el proselitismo se debía, en gran medida a que los gentiles con frecuencia eran atraídos por la constancia de los judíos en su religión y por la serenidad espiritual interior de éstos ante las dificultades, así como por el sentimiento fraternal que su sólida fe religiosa hacía que demostraran en su relación mutua. Por eso y con frecuencia, cuando los gentiles examinaban el judaísmo para descubrir el secreto de su eficacia, se sentían inducidos a abrazarlo. A medida que las religiones paganas perdían atracción y los judíos llevaban a cabo por doquiera una activa obra misionera, los prosélitos a la fe judía pudieron contarse por centenares de miles, y quizá millones, de acuerdo con la opinión de eruditos modernos autorizados, tanto judíos como cristianos.

Josefo se jacta del número de los que aceptaban el judaísmo por todo el mundo gentil: "Desde hace mucho tiempo las masas demuestran un vivo deseo en adoptar nuestras observancias religiosas; y no hay un ciudad, griega o bárbara, ni una sola nación hasta la cual no se haya propagado nuestra costumbre de abstenernos de trabajo en el séptimo día, y donde no se observen los ayunos y el encender las lámparas, y muchas de nuestras prohibiciones en el asunto del alimento" (Contra Apión ii. 39).

17.06. Vida religiosa judía - Influencia judía

Apesar de estas opiniones adversas acerca de los judíos, Cicerón muestra que su influencia era poderosa en Roma. Mientras Flaco gobernaba la provincia de Asia en el 62 a. C., confiscó una gran cantidad de oro que los judíos habían reunido para enviar al templo de Jerusalén. Cicerón defendió a Flaco, y declaró de los judíos: "Tú sabes qué gran multitud son ellos, cómo se mantienen firmemente juntos, cuán influyentes son en las asambleas que no son oficiales" (Pro Flaco, cap. 28). A pesar de la ironía que puede haber aquí, esto indica que los judíos ejercían una verdadera influencia política. La jerarquía de algunos judíos, como Herodes Agripa I, en el ambiente más elevado de la sociedad y del gobierno de Roma, llevó algún conocimiento del judaísmo hasta esos
círculos.

También hay algunas pruebas de que la expectativa mesiánica judía hizo un impacto en el mundo gentil. La expectativa de que pronto aparecería un rey-salvador se propagó por todo el mundo antiguo debido, en parte, a que los judíos diseminaban el conocimento del Dios verdadero; en parte, a que las religiones paganas estaban perdiendo su atracción en la mente de los que pensaban, y, en parte, a la continua intranquilidad política que pendía sobre la civilización como una mortaja. Entre los gentiles muchos tenían una comprensión más clara de la esperanza mesiánica que los mismos dirigentes religiosos judíos.

Es evidente que esta esperanza fue pervertida por la gran mayoría. Hubo muchos que la aplicaron a uno u otro de los césares. Un grupo de "sabios" hizo una peregrinación a Italia en la búsqueda del salvador-rey. Inscripciones encontradas en Priene y Halicarnaso aplican un lenguaje mesiánico al emperador Augusto (27 a. C.-14 d. C.). El poeta romano Virgilio confirmaba que la popular esperanza mesiánica se había divulgado mucho, como se advierte en este pasaje de su Egloga:

"Ahora ha llegado la última era del canto de Cumas; la gran sucesión de los siglos comienza ahora. Ahora retorna la virgen, retorna el reinado de Saturno; ahora una nueva generación desciende del alto cielo. Sólo tú, pura Lucina, ¡sonríe por el nacimiento del niño, bajo el cual la progenie de hierro cesará primero; y una raza áurea se levantará por todo el mundo!... Desaparecerá cualquier rasgo duradero de nuestra culpa y se librará la tierra de su continuo terror. El tendrá el don de la vida divina; verá héroes confundidos con dioses, y él mismo será visto por ellos, y regirá un mundo al cual las virtudes de su padre han traído paz" (Egloga IV).

El nítido mesianismo pagano de esta égloga, atribuida por su compositor al oráculo de Cumas, probablemente se originó en los oráculos sibilinos con fuerte influencia judía, que en los días de Virgilio ya eran populares en el mundo romano. Sin duda, el mesianismo judaico de la diáspora influyó, en otras formas en los intelectuales romanos durante la era de Augusto y más tarde. Suetonio, historiador romano, escribió en estos términos: "Se había divulgado por todo el Oriente una antigua y firme creencia, de que en ese tiempo estaban destinados a regir el mundo de los hombres provenientes de Judea. Esta predicción, que se refiere al emperador de Roma, como después resultó ser en realidad, la gente de Judea se la aplicó a sí misma" (Vidas de los césares viii. 4). Otros historiadores antiguos registran una expectativa similar.

La aplicación popular de estas leyendas y profecías mesiánicas a Augusto (27 a. C.-14 d.C.) parecía estar justificada, pues durante su largo y pacífico reinado "se aplacó el turbulento mar de las conmociones civiles. Volvieron la paz y la prosperidad, y se establecieron en forma permanente en el imperio" (M. Rostovtseff, A History of the Ancient World, t. II, p. 198). Siglos de contiendas fueron "súbita y muy inesperadamente seguidos por paz, y cuando la tormenta de la guerra civil se aquietó en un momento, pareció natural ver en esto un milagro, una intervención de un poder divino en los asuntos terrenales" (Id., p. 203). Tácito hablaba de "paz plenamente estable o sólo levemente perturbada" (citado en James T. Shotwell, An Introduction of the History of History, p. 263). Esta era de paz pareció coincidir tan adecuadamente con la expectativa popular de un Mesías, que Augusto fue proclamado como salvador.

17.05. Vida religiosa judía - La diáspora

Los Judíos habían estado esparcidos por todo el mundo civilizado durante varios siglos antes del nacimiento de Cristo, llevando por donde quiera que iban el conocimiento del Dios verdadero. Se podía encontrar comunidades Judías en la mayoría de las ciudades del Imperio Romano. En algunas ciudades como Nehardea y Nisibis, en Mesopotamia de donde pudieron proceder los "magos"-, los Judíos constituían la mayoría de la población. Una gran proporción de los habitantes de Siria eran judíos. Josefo estimaba el número de judíos, sólo en Egipto, en un millón. Se afirma que en Alejandría constituían un tercio de la población. Los judíos de la dispersión o diáspora -especialmente intensa desde el siglo III a. C.-, evidentemente superaban en número a los que se habían quedado en Palestina.

Los judíos establecían sus sinagogas por dondequiera que iban, y en ellas acogían bien a los gentiles. Hacía ya unos dos siglos que el Antiguo Testamento podía leerse en griego (el idioma internacional de ese tiempo) y era ampliamente estudiado por las clases más educadas. Los judíos y los prosélitos asistían a las grandes festividades religiosas de Jerusalén, especialmente a la pascua, y al volver contaban a otros lo que habían aprendido allí. Aunque los judíos quizá no fueran apreciados por sus vecinos paganos, sin embargo eran respetados, y en general prosperaban más. Sus conceptos morales y sus prácticas eran incomparablemente superiores a los de los paganos. Su vida familiar con frecuencia era un modelo que admiraban los paganos que los rodeaban, los cuales observaban cómo los judíos trataban y criaban a sus hijos, inclusive a los menos promisorios. A pesar de su fracaso de no estar a la altura de los elevados ideales que podrían haber alcanzado, es un hecho innegable, que a pesar de sí mismos, los judíos dieron por todo el mundo un testimonio importante y eficaz del Dios verdadero, Creador y Sustentador de todas las cosas.

Los escritores romanos clásicos muestran que estaban familiarizados con las costumbres judías, aunque no siempre describen esas costumbres con exactitud. Por ejemplo, el poeta Horacio menciona a un amigo quien en broma rehusaba hablar de negocios con él porque era el "trigésimo sábado", y que preguntaba " '¿vas a provocar al judío circunciso?'... 'Yo soy un hermano un poco más débil, uno de los muchos [que tienen escrúpulos religiosos]´" (Sátiras i. 9. 68-73). Aunque evidentemente los judíos no debían hablar de negocios en su día sagrado. Su oscura referencia al "trigésimo sábado" se ha interpretado de diversas maneras; pero ninguna explicación al respecto es plenamente satisfactoria.

Sin embargo, parece que los judíos eran despreciados por muchos por su forma de vivir, y especialmente por sus restricciones en la alimentación y su observancia del sábado. Agustín, uno de los padres de la iglesia, nos informa que el filósofo Séneca se quejaba de que los judíos "proceden inútilmente guardando esos séptimos días, por lo que pierden debido a su ociosidad aproximadamente una séptima parte de su vida" (La ciudad de Dios vi. 11). Juvenal el poeta satírico, escribió: "Algunas que han tenido un padre que reverencia el sábado, no adoran otra cosa sino las nubes y la divinidad de los cielos, y no ven diferencia entre comer carne de cerdo, de la cual se abstuvo su padre, y la carne humana; y con el tiempo practican la circuncisión... Por todo lo cual debía culparse al padre, quien dedicaba cada séptimo día a la ociosidad apartándolo de todas las preocupaciones de la vida" (Sátira 14).

Tácito, el historiador romano presenta con detalles las prácticas religiosas judías; pero con frecuencia entiende mal su origen y significado. "Los judíos -dice- consideran como profano todo lo que nosotros tenemos como sagrado; pero permiten todo lo que nosotros aborrecemos" (Historia v. 4). Afirma que los judíos se abstenían de comer cerdo debido a que recordaban una plaga de escaras que una vez habían sufrido los cerdos. Entendía que sus frecuentes ayunos eran una conmemoración de un hambre prolongada que sufrieron una vez, y creía que su consumo de pan sin levadura era un recuerdo de la prisa con que comieron cuando finalmente consiguieron alimento. Acerca de su observancia del sábado, Tácito explica que los judíos "dicen que al principio eligieron descansar en el séptimo día porque ese día terminaban sus tareas; pero después de un tiempo fueron inducidos por los encantos de la indolencia a dedicar también el séptimo año a la inactividad" (Historia v. 4).

Otros escritores paganos que se refieren a las prácticas judías son Dio Casio, Historia romana xxxvii. 17; César Augusto, citado por Suetonio en Vidas de los césares ii. 776; y Marcial, Epigramas iv. 4.

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