17.04. Vida religiosa judía - Las escuelas
17.03. Vida religiosa judía - La sinagoga
La sinagoga sirvió, quizá más que ninguna otra institución, para conservar la religión, la cultura y el sentido de la individualidad racial propio de los judíos. La sinagoga nunca fue un lugar de sacrificios como el templo de Jerusalén, y por lo tanto no era considerada como un lugar de culto en su sentido más elevado. En ella se celebraban servicios cada sábado, en los cuales se leían y explicaban la ley y los profetas, lo cual constituía el centro de atención. La sinagoga con frecuencia también servía durante la semana como un tribunal local (Marcos 13: 9), y generalmente como una escuela. En resumen, la sinagoga era un lugar para recibir instrucciones en las Escrituras y para orar. Las comunidades judías existían separadamente en los países extranjeros y se ocupaban de sus propios asuntos civiles y religiosos, sujetas, por supuesto, a la ley del país (Josefo, Antigüedades XIX. 5. 3).
Los sacerdotes no estaban directamente relacionados con la administración de las sinagogas, pues no había sacrificios, aunque se los invitaba con frecuencia para que participaran en los servicios. Los asuntos de cada sinagoga y de la comunidad que comprendía, estaban bajo la supervisión de un consejo de ancianos (Lucas 7: 3-5) o gobernantes (Marcos 5: 22). El magistrado más importante, el presidente de la sinagoga (Lucas 8: 49; 13: 14), presidía durante los servicios o decidía que otros lo hicieran, y nombraba a hombres capaces de la congregación para que oraran, leyeran las Escrituras y exhortaran a los fieles. No había clérigos. Había, por lo menos, un funcionario de menor importancia, el jazzan -equivalente a un diácono de la iglesia cristiana- que tenía a su cargo los deberes más humildes, tales como sacar del arca los rollos de la ley y los profetas y ponerlos de nuevo dentro de ella, y aplicar los castigos corporales decididos por los ancianos.
En diversos lugares de Palestina se pueden ver las ruinas de sinagogas, algunas de las cuales quizá datan del tiempo de Cristo. Las ruinas de la sinagoga de Capernaúm datan del siglo III. Las sinagogas eran rectangulares, y su entrada principal estaba en el extremo sur. Las congregaciones más ricas embellecían sus sinagogas con diversos adornos, como guirnaldas de hojas de parra y racimos de uvas -el símbolo nacional de Israel-, el candelero de siete brazos, un cordero pascual, la vasija de maná y muchos otros objetos y escenas de las Escrituras del Antiguo Testamento. En el salón principal de la sinagoga había un pupitre para la lectura, un asiento para el exhortador y un cofre o arca que contenía los rollos de la ley y los profetas. Había asientos o bancos, por lo menos para los miembros más ricos de la congregación (cf. Sant. 2: 2-3), y los que estaban adelante, cerca del pupitre del lector, eran considerados como "los primeros asientos" (Mateo 23: 6). La congregación, que miraba hacia el arca, estaba dividida en dos grupos: los hombres (de 12 años en adelante) se sentaban a un lado, y las mujeres y los niños (entre 5 y 12 años) se sentaban en el otro, o a veces en un balcón o recinto separado.
La asistencia de los varones era obligatoria en día sábado y en los días festivos, y se consideraba un acto meritorio participar en el servicio que -de acuerdo con las costumbres modernas- indudablemente era largo. Los especialistas difieren en cuanto a los detalles de los servicios celebrados en las sinagogas en el siglo I a. C., y puesto que la mayoría de los documentos disponibles son escritos rabínicos, es difícil saber con certeza cuánto de eso se aplica al período anterior al 70 d. C. Sin embargo, el siguiente esquema quizá se aproxime mucho al orden de los servicios de las sinagogas como eran en los días de Jesús y los apóstoles:
1. Recitación al unísono de la shema' -una confesión de fe tomada principalmente de pasajes tales como Deuteronomio 6: 4-9; 11: 13-21; Números 15: 37-41-, antes y después de la cual un miembro de la congregación se situaba frente al arca de la ley para ofrecer en nombre de todos una oración séptuple, cada una de cuyas partes era confirmada con el "¡Amén!" de la congregación. Entre la sexta y la séptima parte de esta oración, si había sacerdotes presentes subían a la plataforma del arca y levantando las manos pronunciaban al unísono la bendición aarónica de Levítico 9: 22 y Números 6: 23-27.
2. La parashah, o lectura de la sección correspondiente de la ley (cf. Hechos 13: 15). La reverencia debida a la ley exigía que el rollo se desenvolviera detrás de una cortina sin que lo viera la congregación. La ley, o sea los cinco libros de Moisés, se leía enteramente en un ciclo de tres años, y una parte estaba designada para cada sábado. Cada una de esas partes estaba dividida en siete secciones que tenían a lo menos tres versículos. Se designaba a un miembro diferente de la congregación para que leyera cada una de esas subdivisiones. Cualquiera que cometiera el menor error era inmediatamente reemplazado por otro. La lectura de la ley era traducida versículo por versículo del hebreo al idioma del pueblo común (arameo en Palestina; ver Nehemías 8: 1-8), y por otra persona, para evitar la posibilidad de que hubiera un error en la traducción exacta del texto de las Escrituras.
3. La haftarah, o lectura de los profetas. El rollo de los profetas -que era considerado menos sagrado que la ley- tenía un solo rodillo y no dos como la ley, y podía ser desenrollado delante de la congregación. No hay ninguna prueba de que hubiera un ciclo u orden para la lectura de los profetas en el tiempo de Cristo. Por lo tanto, quizá el rollo era entregado a la persona designada por el dirigente de la sinagoga para que leyera, y el lector elegía el pasaje. Fue en esta parte del servicio en la que participó Jesús en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4: 16-22), cuando después de leer en Isaías 61 presentó ante la gente su misión y autorización profética. El que leía de los profetas era llamado el "despedidor", pues su lectura más sus observaciones y exhortaciones basadas en el pasaje leído constituían la parte final del servicio.
4. La derashah, o "investigación", "estudio", era un sermón generalmente presentado por un miembro de la congregación. El lector de la haftarah, como los que leían de la ley, quedaba en pie mientras leía. Pero el que predicaba el sermón se sentaba en un asiento especial cerca del atril o pupitre de lectura conocido como "cátedra de Moisés" (Mateo 23: 2). Sus observaciones generalmente se basaban en la lectura de los profetas; pero podían incluir también la de la ley. En esas interpretaciones de los mensajes proféticos, la imaginación del orador con frecuencia divagaba mucho, usando paráfrasis, parábolas o leyendas para destacar cómo entendía el mensaje profético. A los visitantes, con frecuencia se los honraba invitándolos a presentar el discurso. Pablo aprovechó más de una vez esa oportunidad (Hechos 13: 14-16; 14: 1; 17: 1-2, 10-11; 18: 4; 19: 8).
5. El sermón era seguido por la bendición. Esta era ofrecida por un sacerdote si estaba presente; de lo contrario, se ofrecía una oración. En algunos lugares se cantaban salmos en el servicio.
En Palestina no sólo había sinagogas para los judíos autóctonos sino también para los judíos que habían nacido en el extranjero, pero habían regresado a la tierra de sus antepasados. Por eso en Jerusalén había, en días de los apóstoles, una sinagoga de "los libertos" (Hechos 6: 9), que quizá eran judíos o descendientes suyos, que una vez habían sido cautivos o esclavos de los romanos, pero más tarde fueron libertados. Esteban disputó con los miembros de esa sinagoga.
También había sinagogas judías en Alejandría, en Antioquía de Siria, en Roma y, sin duda, virtualmente en todas las otras ciudades del imperio, pues Pablo las encontraba no sólo en lugares principales como Corinto, Efeso y Tesalónica, sino también en Salamina de Chipre, Antioquía de Pisidia, Iconio, Berea de Grecia, e indudablemente en muchos otros lugares que no son mencionados.
Fácilmente se puede entender cuánto influían sobre los judíos los servicios de la sinagoga, con su énfasis sobre la ley, el deber y las esperanzas y aspiraciones espirituales. El énfasis puesto en la Torah -la voluntad revelada de Dios- daba a los judíos un carácter ético que los destacaba entre los pueblos del Imperio Romano.
17.02. Vida religiosa judía - Los escribas
Este grupo era llamado en hebreo soferim, "escribas", "escritores"; y en griego γραμματεις [grammateis], literalmente "secretarios" o "amanuenses" (Mateo 7: 29, etc.).
También se los llamaba -y con más exactitud νομικοι [nomikoi]: "intérpretes de la ley" (Lucas 7: 30), y νομοδιδασκαλοι [nomodidaskaloi]: "maestros de las leyes" ("doctores de la ley" en Lucas 5: 17 y 1 Timoteo 1: 7).
Su tarea consistía en estudiar e interpretar las leyes civiles y religiosas, y aplicarlas a los detalles de la vida diaria. Sus dictámenes -semejantes a los de los magistrados actuales de una corte suprema- tenían mucha importancia y se convertían en la base de futuras interpretaciones. Ese conjunto de decisiones constituía la "tradición" contra la cual Jesús se pronunció con tanta frecuencia, y la cual -también con frecuencia- fue acusado de haber violado (Mateo 15: 2-3, 6; Marcos 7: 2, 3, 8, 9).
Algunos escribas notables fueron grandes maestros entre los judíos. En los días de Jesús los escribas eran más influyentes que cualquier otro grupo de dirigentes. Muchos de ellos eran miembros del sanedrín. Algunos escribas aceptaron a Cristo (Mateo 8: 19); pero la mayoría de ellos tenían un profundo prejuicio contra él (Mateo 16: 21). La mayoría eran fariseos.
17.01. Vida religiosa judía - El pueblo común
La vida judía continuó su curso mientras Herodes construía, gastaba dinero, asesinaba, y hasta que finalmente murió. Las esperanzas mesiánicas aumentaban. Los fariseos presentaban con insistencia ante el pueblo un ejemplo de rígido legalismo caracterizado por la estricta observancia del sábado y por reglas rituales de purificación.
En lo que atañe a religión, el pueblo común no estaba atado en nada a la minuciosa observancia de las tradiciones legales como los fariseos. Sin embargo, éstos tenían una influencia considerable y, además, hacían mucho para imponer el tono religioso en la nación. Esto significaba que el tradicionalismo y el ceremonialismo desempeñaban un gran papel en el pensamiento y en la vida religiosa de los judíos.
16.05. Las sectas del judaísmo - Los zelotes
16.04. Las sectas del judaísmo - Los herodianos
16.03. Las sectas del judaísmo - Los esenios
Algunas diferencias menores entre los diversos núcleos que dieron origen a los esenios parecen indicar que la secta estuvo dividida en dos grupos, uno de los cuales se caracterizaba por su repudio al matrimonio. En otros asuntos ambas clases de esenios practicaban el separatismo de los fariseos, hasta el punto de apartarse de la sociedad y, por lo tanto, su vida fue virtualmente monástico. No comerciaban, rehusaban tener esclavos, y por lo menos, en cierta medida, rehuían los sacrificios del templo. Se negaban a prestar juramentos, practicaban la comunidad de bienes, participaban de comidas en común con alimentos preparados por sacerdotes-cocineros, vivían separados de los que no eran esenios y se ayudaban fraternal y recíprocamente en los casos de enfermedad y en otras circunstancias adversas. Se vestían de blanco y eran escrupulosamente limpios. En este respecto se destacaba su énfasis en los lavamientos ceremoniales por inmersión, que practicaban diariamente.
Los esenios creían en la preexistencia de las almas, por lo que sostenían un dualismo filosófico y rechazaban la resurrección del cuerpo. En sus enseñanzas había elementos indudablemente derivados del zoroastrismo. La doctrina de los esenios tenía, en ciertos aspectos, algunas características del pitagorismo griego.
Los descubrimientos arqueológicos de Khirbet Qumrán (ver también: Isaìas - Paternidad literaria), en la zona del mar Muerto, despertaron un nuevo interés en esta secta. Se ha difundido mucho ahora entre los eruditos la convicción de que los edificios de Qumrán pertenecían a una comunidad que floreció en el siglo I a. C., y de nuevo, después de un período vacante, en el siglo I d. C.; y que los manuscritos allí encontrados eran una biblioteca esenia. El parecido entre estos documentos -especialmente del Manual de Disciplina y el Comentario de Habacuc- con un tratado descubierto en El Cairo en 1896, que se originó con un grupo conocido como los pactantes de Damasco, ha permitido suponer que ese grupo de Damasco también era esenio.
Esos documentos revelan una afinidad notable con algunos aspectos del cristianismo primitivo, y demuestran una relación más estrecha de la que se había advertido antes entre las enseñanzas de Juan el Bautista y Jesús por un lado, y ciertos elementos del judaísmo por el otro. Señalan que la venida del Mesías -incluso de dos Mesías- era un dogma importante de las creencias en Qumrán. Por lo menos los grupos de Qumrán y de Damasco remontaban su origen hasta un profeta, "el Maestro de justicia". Él había organizado a sus seguidores en un "Nuevo Pacto" (o "Nuevo Testamento") en preparación para el reino mesiánico, y se había visto envuelto en serios conflictos con las autoridades religiosas dominantes entre los judíos.
Mediante la pureza de su vida y su estricta obediencia a la ley, la comunidad de Qumrán se proponía contribuir en la preparación del mundo para el reino venidero. Insistían en que los actos de purificación -como las inmersiones diarias- eran inútiles si no eran precedidos por una limpieza del corazón mediante "un espíritu santo" que ellos creían que Dios les hacía conocer por medio de "su Ungido".
16.02. Las sectas del judaísmo - Los saduceos
No eran antirreligiosos, pero creían que el bienestar de la nación -según ellos lo concebían- no requería que las consideraciones religiosas fueran decisivas en todos los asuntos. Aceptaban la Torah, la Ley, como canónica; pero rechazaban el resto del Antiguo Testamento pues no lo consideraban inspirado, y negaban el valor de la tradición de la cual dependían mucho los fariseos.
Los saduceos no aceptaban la enseñanza de una vida futura, o de ángeles, o de espíritus de cualquier naturaleza, o de una retribución futura, pues declaraban que en la Torah no había declaraciones definidas en cuanto a estos temas (Josefo, Antigüedades xviii. 1. 4; Guerra ii. 8. 14 [164-165; Hechos 23: 8]). Los fariseos confesaban su dependencia de Dios para obtener su ayuda, pero los saduceos dependían de sí mismos. No tenían inconvenientes en hacer alianzas con los extranjeros y en utilizar cualquier otro medio que fuera para el beneficio de la nación.
Como los saduceos representaban la aristocracia judía, no reflejaban el parecer de todo el pueblo. Eran, hasta cierto punto, una reencarnación del partido helenístico que había existido entre los judíos, y contra el cual se habían levantado los hasidim, en tanto que los fariseos eran los descendientes ideológicos de los hasidim.
Los príncipes asmoneos lograron al principio evitar ser partidarios o de los fariseos o de los saduceos; pero admitieron la colaboración de ambos, distribuyendo los cargos públicos y los honores entre los dos grupos. Durante el largo principado de Juan Hircano I, hijo del noble asmoneo Simón, una indiscreción de algunos caudillos de los fariseos inclinó a los asmoneos hacia el lado de los saduceos (Josefo, Antigüedades xiii. 10. 6 [293-296]). Desde entonces la casa asmonea fue más abiertamente helenística, es decir, menos judaica en su política y en sus procedimientos; y la influencia de los saduceos fue cada vez mayor en los asuntos de la nación. Sin embargo, es poco lo que se sabe de los saduceos porque no dejaron ningún libro o escrito.