17.07. Vida religiosa judía - Proselitismo

El judaísmo se destacaba especialmente por su énfasis ético que contrastaba muchísimo con las religiones generalmente amorales del mundo romano. Los devotos de los antiguos dioses paganos se relacionaban con sus divinidades en los términos de un contrato. Los sacerdotes revelaban a los suyos las ceremonias que debían ejecutar y el ritual que debían seguir a fin de agradar a sus dioses. Cuando esos requisitos se cumplían en forma aceptable, los dioses -grandes y pequeños- estaban obligados, por lo menos, a no molestar o perjudicar a la gente, y en el mejor de los casos a protegerla de las dificultades y a proporcionarles beneficios materiales.

Las religiones paganas actuales consisten, en gran medida, en intentos similares para aplacar a los espíritus. Los cultos de misterios ("mistagónicos" o "mistéricos", por derivar de "mistagogo", sacerdote grecorromano que presidía en esos cultos), cuya popularidad aumentó rápidamente durante el período imperial, tampoco tenían un fondo moral. El adorador procuraba en esos cultos ponerse en relación personal con su dios. Por medio de sucesivas etapas de iniciación y de rituales, el devoto cumplía con los requisitos del culto al fin de los cuales -si no interfería alguna irreverencia o algún desliz de ritos- creía que se encontraría en la presencia del dios. Si el dios que se adoraba era sosegado o el devoto era de buena índole, este tipo de culto podría tener algún valor ético para él; pero ese efecto era secundario, casi accidental. Ciertas escuelas filosóficas, especialmente el estoisismo, lograban un impacto ético; pero rara vez llegaban hasta el pueblo común, ni tampoco se las puede considerar exactamente religiones.

Dada esta falta de ética en la religión pagana, la moralidad alcanzada por el pueblo judío debido a su concepto de la Deidad y por la Torah, llamaba la atención de los habitantes del imperio, especialmente porque los judíos aplicaban esa moral en la vida diaria de una manera notable. De ese modo muchos fueron inducidos a aceptar el judaísmo en mayor o menor grado, y el Nuevo Testamento habla de varias clases de "prosélitos", o sea individuos que acababan de aceptar la fe judía.

El centurión de Capernaúm del cual dijeron los judíos: "Ama a nuestra nación, y nos edifico una sinagoga", quizá era uno de esos prosélitos. Según ellos, eso lo hacía "digno" (Lucas 7: 4-5). Los prosélitos iban a Jerusalén para Pentecostés (Hechos 2: 10). Nicolás, "prosélito de Antioquía", fue uno de los primeros diáconos de la iglesia cristiana (Hechos 6: 3-6); el eunuco etíope "había venido de Jerusalén para adorar" (Hechos 8: 27); el centurión Cornelio, de Cesarea, era "temeroso de Dios" y "oraba a Dios siempre" (Hechos 10: 2); y los prosélitos de Antioquía de Pisidia escucharon atentamente a Pablo y Bernabé (Hechos 13: 43). Debido a que los métodos de los fariseos no eran éticos, Jesús condenó severamente su fervor para ganar prosélitos y también las desafortunadas consecuencias espirituales de sus dudosos métodos para conquistarlos (Mateo 23: 15).

Los judíos eran muy cuidadosos en el procedimiento de hacer prosélitos. Especificaban tres ceremonias necesarias por las cuales debía pasar un gentil para convertirse en un "prosélito de justicia", es decir un judío completo: (1) Debía someterse a la circuncisión; (2) debía ser bautizado por inmersión -bautismo que indudablemente fue el antecedente del rito cristiano-, y (3) debía ofrecer sacrificio. Por supuesto, este último requisito resultó imposible de cumplir después de la destrucción del templo en al año 70 d. C.

No sólo hacían proselitismo los judíos que estaban dentro de los límites de Judea y Galilea, sino también los de la diáspora, los de la dispersión. El éxito en el proselitismo se debía, en gran medida a que los gentiles con frecuencia eran atraídos por la constancia de los judíos en su religión y por la serenidad espiritual interior de éstos ante las dificultades, así como por el sentimiento fraternal que su sólida fe religiosa hacía que demostraran en su relación mutua. Por eso y con frecuencia, cuando los gentiles examinaban el judaísmo para descubrir el secreto de su eficacia, se sentían inducidos a abrazarlo. A medida que las religiones paganas perdían atracción y los judíos llevaban a cabo por doquiera una activa obra misionera, los prosélitos a la fe judía pudieron contarse por centenares de miles, y quizá millones, de acuerdo con la opinión de eruditos modernos autorizados, tanto judíos como cristianos.

Josefo se jacta del número de los que aceptaban el judaísmo por todo el mundo gentil: "Desde hace mucho tiempo las masas demuestran un vivo deseo en adoptar nuestras observancias religiosas; y no hay un ciudad, griega o bárbara, ni una sola nación hasta la cual no se haya propagado nuestra costumbre de abstenernos de trabajo en el séptimo día, y donde no se observen los ayunos y el encender las lámparas, y muchas de nuestras prohibiciones en el asunto del alimento" (Contra Apión ii. 39).

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