19.12 - Albino

El sucesor de Festo fue Albino, que sin duda llegó después de recibir severas instrucciones para restaurar el orden en Judea.  Inmediatamente tomó providencias contra los sicarios, los que a su vez resistieron de forma más acentuada y eficaz.  Una de sus tácticas era la de secuestrar a algún judío prominente, y bajo la amenaza de quitarle la vida exigían que el sumo sacerdote consiguiera de los romanos la liberación de algunos compañeros de ellos que estaban presos.  La situación se complicó más debido a una áspera división entre los sacerdotes, división que se produjo cuando Herodes Agripa II nombró a un nuevo sumo sacerdote.  Esto provocó disturbios menores.

 Albino aumentó la intranquilidad de Judea, en vez de calmarla.  Josefo declara que "no hubo ninguna forma de villanía que él dejara de practicar" (Guerra de los Judíos, ii. 14. 1 [272]; ed. Loeb, t. 2, p. 429).  

Su codicia de dinero no reconocía límites.  Saqueaba propiedades privadas, imponía impuestos más altos que los habituales, abiertamente aceptaba sobornos para liberar a criminales, y aun llegó al punto de conceder inmunidad -por dinero- a aquellos judíos que activamente actuaban como sediciosos contra los romanos. Como consecuencia de esta anarquía, los zelotes se enardecieron más y los sicarios se volvieron más agresivos.  

La gente amante de la paz vivía atemorizada de perder la vida y sin esperanza de que se le hiciera justicia.  Cuando recurrieron a Roma, se le ordenó a Albino que regresara a esta ciudad.  Al recibir la noticia de su destitución, Albino se esforzó por aquietar la situación apaciguando a los elementos sediciosos con halagos, lisonjas y sobornos.  Esta complacencia a los turbulentos sólo empeoró las cosas, y todo el país se convirtió en material inflamable listo para encenderse.


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