14.05. Otras zonas gobernadas por Herodes

Al norte y al este del mar de Galilea había un extenso territorio también gobernado por la familia herodiana. En la parte occidental de esa zona, en la orilla oriental del mar de Galilea, estaba el distrito de Gaulanítide, que incluía las ciudades de Betsaida Julias y Gergesa.

Más al norte, al este de la Galilea del norte, estaba la ciudad de Paneas (Cesarea de Filipo).

Esos territorios nororientales se extendían hacia el norte hasta el monte Hermón, y al este hasta las proximidades de Damasco.

14.04. Perea

Perea estaba al este del río Jordán, frente a Samaria y al norte de Judea, y comprendía la antigua tierra de Rubén y Gad.

Entre sus características naturales se destacaban el monte Nebo y el arroyo Jaboc.

En la antigüedad esa zona había sido una tierra de pastoreo, y aún en tiempos de Cristo seguía alimentando rebaños de vacunos y ovinos.

14.03. Galilea

Galilea estaba al norte de Samaria. Su límite norte era el río Litani y las estribaciones meridionales del monte Hermón; al este, el mar de Galilea y el río Jordán, y por el oeste estaba separada del mar Mediterráneo por la angosta faja costera de la antigua Fenicia, con sus ciudades de Jafa, Acre (Tolemaida), Tiro, Sarepta y Sidón.

Galilea incluía ciudades tales como Gichala, Corazín, Capernaúm, Nazaret y Jezreel. Comprendía el territorio de las antiguas tribus de Isacar, Zabulón, Neftalí, Aser y la sección norte de Dan.

Galilea era fértil; sus habitantes, industriosos, independientes y valientes.

Debido a la presencia de una población de habla griega en medio de ellos, los galileos descendientes de israelitas eran muy celosos en retener su judaísmo.

Esta fue la tierra de la niñez y juventud de Cristo, y la provincia de la cual él tomó a la mayor parte de sus discípulos.

14.02. Samaria

Samaria estaba al norte de Judea, en el territorio donde se establecieron las tribus de Efraín, Manasés occidental y parte de Benjamín. Limitaba al norte con la planicie de Esdraelón y el monte Gilboa. En su centro estaban los montes Gerizim y Ebal, a cuyo pie estaba la antigua ciudad de Siquem (cerca de la actual Nablús), próxima al pozo de Jacob.

La ciudad de Samaria, por mucho tiempo la capital del reino del norte de Israel, estaba a unos pocos kilómetros más hacia el norte. Samaria era un país de colinas y fértiles valles. La enemistad entre judíos y samaritanos se originó cuando se separaron los reinos del norte y del sur, separación que duró desde la secesión en los días de Jeroboan I, en el año 931 a. C., hasta el cautiverio de las tribus del norte en 723/ 722 a. C.

Los asirios deportaron a muchos de los israelitas y los reemplazaron con habitantes que eran una mezcla de pueblos paganos de otras provincias que habían conquistado (2 Reyes 17: 24). Esos pueblos trajeron consigo sus dioses paganos; pero cuando sobrevino un desastre a esos nuevos colonos, los asirios -movidos por su superstición- enviaron a Samaria a un sacerdote israelita para que les hiciera conocer al Dios del país. La mezcla de los israelitas que permanecieron en el país con los inmigrantes paganos produjo una religión mixta, que era en parte un culto a Jehová y en parte un ritual pagano.

Cuando los judíos regresaron de Babilonia a Judea, esta mezcolanza religiosa se convirtió en una razón muy poderosa para su odio contra los samaritanos. Casi inmediatamente hubo fricciones entre los dos pueblos. Los samaritanos pusieron estorbos para la reedificación de las ciudades judías, y cuando hicieron propuestas de alianza, los judíos las rechazaron terminantemente.

Los samaritanos establecieron su propio templo en el monte Gerizim como rival al de Jerusalén. Esta enemistad nunca mejoró. Durante las luchas de los macabeos, los samaritanos cooperaron con Antíoco Epífanes. Entre los dos pueblos no había trato social de ninguna clase (Nehemías 2 a 6; Juan 4: 9).

14.01. Judea

Judea ocupaba la región sur de Palestina, al oeste del mar Muerto. Incluía los territorios ocupados antes por las tribus hebreas de Judá, Benjamín y Simeón, y se extendía por la mayor parte de la antigua región de Filistea junto al mar Mediterráneo. Su frontera norte corría hacia el este desde Jope hasta el Jordán, y su frontera sur seguía una línea que comenzaba muy cerca del sur de Gaza y pasaba por Beerseba hasta el mar Muerto. Incluía las ciudades de Jope, Jamnia, Gaza, Belén, Jericó y Hebrón, y la capital era Jerusalén.

Judea comprendía principalmente una meseta montañosa, o una larga serranía que corre de norte a sur, levantándose abruptamente desde una angosta planicie costera y que en varios lugares llega a una altura de más de 1.000 m. El declive oriental es muy rápido hasta el valle del Jordán y el mar Muerto, cuya superficie está a unos 400 m bajo el nivel del mar.

La Judea del tiempo de Herodes medía unos 90 km de norte a sur y más o menos lo mismo de este a oeste. Sus cerros y valles se prestaban para la agricultura, el pastoreo de ovejas y el cultivo de vides en pequeña escala.

14.00. Divisiones políticas - Introducción

La región dada por los romanos a Herodes el Grande y a sus descendientes, comprendía una cantidad de zonas que tenían costumbres diferentes y diversos dialectos. Esas diferencias se habían producido a través de un proceso histórico.

13.00. Los Judíos del Primer Siglo de la Era Cristiana - Introducción

El período abarcado en esta parte comienza con la muerte de Herodes el Grande en el año 4 a. C., y termina con el fin de la segunda revuelta judía en el año 135 d. C. En este período vivieron y llevaron a cabo su ministerio público Juan el Bautista, Jesús y sus apóstoles. Todos ellos eran judíos y vivían en Palestina. Por eso la historia judía de este período es importantísima para la comprensión del cristianismo del Nuevo Testamento. El judaísmo del primer siglo constituyó el ambiente dentro del cual nació el cristianismo.

La historia judía de este período se caracteriza por la inquietud prevaleciente tanto en los asuntos religiosos como en los políticos. El judaísmo estaba dividido en varias sectas antagónicas, cuyas diferencias con frecuencia eran tanto políticas y sociales como religiosas. Los fariseos defendían un puritanismo legalista; los saduceos representaban a la aristocracia política y social; los esenios se aislaban en comunidades monásticas para esperar al Mesías, mientras que los herodianos y los zelotes ocupaban los extremos opuestos en política: los primeros como colaboradores de los romanos, y los segundos como rebeldes contra los mismos.

La vida judía durante este período giraba, en gran medida, en torno a la sinagoga local. Allí se reunían los judíos no sólo para adorar a Dios sino también para leer la ley y los profetas, y para explicar su contenido. La sinagoga era también, con frecuencia, una escuela para la instrucción de la juventud judía. Tanto por sus escritos como por su manera de vivir, los judíos hacían un impacto notable sobre el mundo pagano que los rodeaba. Llevaban a cabo intensas actividades proselitistas y ganaban muchos conversos de entre los paganos, ya fuera como simpatizantes o como judíos circuncidados y plenamente asimilados.

La expectativa mesiánica era fuerte entre los judíos durante este período. Muchos creían que el Prometido estaba por aparecer, y tanto los fariseos como los esenios tenían doctrinas bastante complejas en cuanto a su advenimiento. Por lo tanto, fue posible que varios impostores que pretendían ser el Mesías lograran rodearse de seguidores crédulos. Esta expectativa de un libertador del mundo apareció no sólo entre los judíos sino también, aunque en menor grado, en los círculos paganos.

El desasosiego político judío se agravó durante este período debido a una sucesión de inescrupulosos procuradores romanos que gobernaron en Judea. Las condiciones se agravaron hasta el punto de que en el año 66 d. C. los judíos comenzaron una revolución contra los romanos, que continuaron hasta el año 73 d. C. Jerusalén y su templo estaban ahora destruidos y la nación había sido dispersada. Años de silenciosa recuperación siguieron a esta catástrofe nacional.

Durante los primeros años del siglo II los judíos causaron varias pequeñas insurrecciones en diversas partes del Imperio Romano y, finalmente, en el año 132 d. C., estalló de nuevo en Palestina una revuelta en gran escala; pero en un lapso de tres años los judíos fueron otra vez aplastados por el poderío romano. Para prevenir futuras rebeliones, los romanos prohibieron que ningún judío jamás entrara otra vez en la ciudad de Jerusalén. De allí en delante el judaísmo palestino dejó de tener gran importancia para la historia del cristianismo.

12.05. Ultimos días de Herodes

Aristóbulo y Alejandro, hijos de Herodes y de Mariamna, su esposa asmonea, habían sido educados en Roma; eran altos, hermosos, y estaban orgullosos de su sangre asmonea. Cuando regresaron a Jerusalén se convirtieron en el blanco de los complots de Salomé,¹ la hermana de Herodes, y de Antípatro, hijo e Herodes.

Como resultado se despertaron las sospechas de Herodes contra estos dos hijos suyos, y finalmente los hizo ejecutar en el año 7 a. C. En ese tiempo también murieron apedreados unos trescientos judíos acusados de simpatizar con ellos. Antípatro continuó su rebelión hasta que, sólo cinco días antes de morir, Herodes ordenó que también fuera ejecutado ese hijo suyo.

A medida que Herodes se aproximaba al fin de su vida, podía enorgullecerse de muchos logros significativos. Dejaba monumentos de gran belleza artística y el comercio y las manufacturas de Palestina estaban en buenas condiciones; pero su pueblo no lo amaba. La gente lo aborrecía por los elevados impuestos que cobraba, por sus actividades paganizantes y sus muchas crueldades.

Cuando enfermó y se propagó la noticia de que no podría curarse, en Jerusalén estalló una alegría incontenible, y una turba derribó el águila de oro -odiado emblema de sus dominadores romanos- que Herodes había colocado a la entrada del templo. Por eso, cuando Herodes sanó, se vengó de muchos de esos frustrados festejadores.

Cuando comprendió que sus últimos días se aproximaban, el anciano rey ordenó a su hermana Salomé que encarcelara en el hipódromo a todos los caudillos judíos y los hiciera matar tan pronto como él muriera, para que toda la nación estuviera de luto cuando le llegara la hora de su muerte. Salomé cumplió con la orden de aprisionarlos, pero más tarde los puso en libertad.

Uno de los últimos actos sanguinarios de Herodes el Grande fue la cruel matanza de los niños de Belén en un vano esfuerzo por destruir al Mesías, el recién nacido Jesús, del cual había oído por los magos del Oriente (Mateo 2:1-18). José y María escaparon con el niño a Egipto, en donde permanecieron hasta que Herodes murió a principios del año 4 a. C.
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¹ Esta Salomé (sin relación alguna con la Salomé Alejandra asmonea, madre de Hircano II) era la abuela de Herodías y, por lo tanto, la bisabuela de la Salomé cuya danza agradó tanto a Herodes Antipas que le entregó la cabeza de Juan el Bautista. Este Herodes -hijo de Herodes el Grande- era el gobernante de Galilea ante quien fue juzgado Jesús.

12.04. Herodes como edificador

Herodes construyó fortalezas por todos sus dominios y en los lugares estratégicos para reprimir a los judíos revoltosos. Su propio hermoso palacio en Jerusalén era, en realidad, una fortificación. Gastó años y miles de talentos en construir la ciudad de Cesarea, y en hacer en ella un puerto artificial, pero efectivo. Sus actividades como constructor trascendieron Palestina. Obsequió mercados, gimnasios y templos a comunidades tan remotas como algunas que estaban en Grecia, Rodas y Siria.

El proyecto máximo de Herodes fue la reconstrucción del templo de Jerusalén. El templo de Zorobabel, aunque había sido bello, ya tenía casi 500 años de antigüedad y necesitaba muchas reparaciones. Herodes se propuso satisfacer su propio orgullo artístico y al mismo tiempo ganarse la amistad de los judíos dándoles un magnífico lugar para su culto. Se dedicaron 18 meses a la reedificación del santuario propiamente dicho, y ocho años en los trabajos de las plataformas circundantes, los muros, atrios y pórticos. Después de que la obra hubo llegado a este punto y el templo estaba en pleno uso, aún quedaba mucho por hacer. En realidad, los detalles del templo no se completaron hasta después del año 62 d. C., sólo pocos años antes de que fuera destruido por los romanos.

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