Un grupo mucho más pequeño de agricultores podía adquirir suficiente tierra como para producir algo más de lo requerido para atender sus necesidades, con lo cual ganaban vendiendo ese excedente a los que no eran agricultores. Esto los colocaba en una posición ventajosa en la agricultura, pues disponían de dinero y de un excedente de semillas para prestar a los agricultores más pobres, y producían lo mercados de comestibles. También había unas pocas propiedades grandes, mayormente en posesión de aristócratas y administradas por mayordomos (cf. Lucas 16: 1).
Junto a esos propietarios, había varias clases de agricultores que trabajaban por contrato: arrendatarios, inquilinos y jornaleros (cf. Mateo 20: 1).
Finalmente, en el escalón económico más bajo estaban los esclavos, que ni eran tan numerosos ni eran tratados tan mal en Palestina como lo eran entre los romanos. Los esclavos de sangre judía eran siervos contratados; es decir, servían durante un lapso fijo de seis años. Sin embargo, los esclavos gentiles se hallaban en otra categoría: eran bienes que pertenecían completamente a sus amos. Por lo general no eran tan bien tratados por sus amos judíos como los esclavos hebreos.
Además de los agricultores, una gran parte de la población se dedicaba a la artesanía. El ideal judío era que cada hombre -no importa cuán encumbrada fuera su posición- debía enseñar un oficio a su hijo. Por la historia sabemos que destacados rabinos de la antigüedad fueron leñadores, zapateros, panaderos, y uno de ellos fue cavador de pozos. Los escritos judíos mencionan unas 40 clases diferentes de artesanos que existían en Palestina durante este período; entre ellos había sastres, constructores, molineros, curtidores, carniceros, lecheros, barberos, lavanderos, joyeros, tejedores, alfareros, toneleros, vidrieros, copistas y pintores. También había pescadores, boticarios, médicos, apicultores, avicultores y pastores. Muchos artesanos no sólo manufacturaban sus productos sino también los vendían directamente; otros se valían de intermediarios.
El comercio era activo no sólo en productos domésticos sino también en artículos importados de otras partes. En realidad, quizá la mitad del comercio de Palestina se hacía con productos extranjeros. Barcos judíos con tripulación judía transportaban una buena parte de las mercaderías de ese comercio. Las actividades comerciales se facilitaban mediante un sistema bancario regular que hacía posible que los comerciantes giraran en cheques manuscritos a cargo de cuentas en ciudades tan distantes como Alejandría o Roma.
Por supuesto, la mayor parte del comercio se efectuaba mediante permutas o con pagos directos al contado. Dos sistemas monetarios eran habituales en Palestina: uno, el romano; y el otro, el griego. Algunas de esas monedas -especialmente los denarios- eran acuñadas por el gobierno romano; otras- como el leptón- eran acuñadas por las autoridades judías. Los procuradores también acuñaban monedas que circulaban en Palestina. La unidad mayor de todas -el talento- no era una moneda, sino una unidad importante, de depósito.