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19.09 - Claudio y los judíos

Claudio (murió en el año 54 d. C.) expulsó a los judíos de Roma (cf.  Hechos 18:2) quizá a mediados de su reinado. 

No son muy claras las razones para tomar esa drástica medida.  Suetonio dice sencillamente que "puesto que los judíos constantemente provocan perturbaciones siendo instigados por Cresto, él [Claudio] los expulsó de Roma" (De Vita Caesarum, Claudius  [La Vidas de los césares, Claudio] cap. 25, sección 4).  Pero es posible entender por el latín de este pasaje - Iudaeos impulsore Chresto assidue tumultuantis Roma expulitque los disturbios se levantaron contra Cresto. 

Algunos cristianos posteriores interpretaron que Chresto significaba Christus, [Cristo] (Lactancio, Instituciones divinas iv. 7; Tertuliano, Apología, cap. 3).  Era muy natural para Suetonio escribir Chresto en lugar de Christus, ya que el primero era un nombre en uso entre los griegos y los romanos.¹ Por lo tanto, podría entenderse que los judíos habrían provocado tumultos contra los seguidores de Cristo y no en su favor. Puesto que fuera de Roma los judíos levantaban tumultos siempre que los cristianos hacían públicamente su obra (Hechos 14:2-6, 19; 17:5-9, 13; 18:12-17; 19:8-9), no sería nada extraño que los judíos hubieran hecho lo mismo en Roma.

Sin embargo, Claudio continuó al mismo tiempo con la política de sus predecesores, favorable con los Herodes, que en ese tiempo ya era algo casi tradicional.  Aunque Claudio no había hecho caso de los reclamos de los hijos de Herodes Agripa cuando éste murió en 44 d. C., sin embargo, cuando el tío de Agripa, rey de Calcis en el Antilíbano, murió unos cuatro años más tarde, Claudio dio el reino al joven Herodes Agripa II.  En 52 d. C. el emperador continuó favoreciéndolo cuando le entregó territorios más extensos, en el noreste de Palestina, que una vez había gobernado Felipe el tetrarca.  Más tarde Nerón aumentó esas posesiones.  En la guerra de los años 66-73, Herodes Agripa II estuvo de parte de los romanos contra los judíos.

19.08 - Felix

Antonio Félix reemplazó a Cumano como procurador de Judea. Félix era liberto y hermano de Palas, ministro del emperador Claudio. Félix quizá ya había sido gobernador de parte de Samaria; pero si así fue, su experiencia parece haber sido insuficiente para desempeñar las responsabilidades mayores que ahora le correspondían. Tácito, historiador romano, dice que "practicaba toda suerte de crueldades y albergaba toda codicia, y ejercía el poder de un rey con todos los instintos de un esclavo" (Historias v. 9). Félix parecía ser completamente incapaz de entender el temperamento del pueblo judío, y le faltaba el deseo de mejorar las condiciones que afligían a los judíos hasta la desesperación. Se casó con Drusila¹ (Hechos 24:24), hija de Agripa I.

Los zelotes, cuya influencia había aumentado durante los últimos años, ahora aumentaron mucho en número; y los fariseos aunque eran judíos patriotas contemplaban con temor los extremos a los que llegaban los zelotes. Para agravar las cosas, surgió en ese tiempo una organización llamada los "sicarios" o "acuchilladores", grupo que tomó la inflexible determinación de que nadie, sino judíos, quedaran en Judea; y se propusieron alcanzar esa meta a cualquier precio para ellos o para su país. Para lograrlo recurrían a la intimidación, al saqueo y el asesinato si era necesario, contra cualquiera que mostrara la más leve simpatía por los romanos. Incendiaban aldeas, saqueaban casas y mataban despiadadamente a la gente por todos los distritos.

Un hombre sabio quizás habría sido capaz de restaurar la paz, pero Félix no era ese hombre.  Parecía ser completamente incapaz de ganarse en forma alguna la estimación de los judíos, y particularmente la de esos patriotas fanáticos. La severidad de las medidas que tomaba sólo agravaba la situación. Como reacción surgieron caudillos violentos y falsos profetas que atrajeron a la gente con varias promesas, introduciéndole a tumultos que sólo les causó su propia muerte y una intensa irritación de parte de los romanos.

Las autoridades judías debidamente constituidas poco hicieron para remediar esa situación.  Los escribas estaban preocupados por la teología y la mayoría de los sacerdotes por obtener toda la ganancia material posible del templo.  La camarilla sacerdotal dominante codiciaba tanto los diezmos, que se dice que algunos de los sacerdotes que no eran de ese grupo murieron de hambre.  Los conservadores, que temían la audacia de los zelotes y sus consecuencias, poco podían hacer para aquietar la tormenta.  Las masas populares eran como ovejas sin pastor.  Todo esto gradualmente indujo a una gran preocupación por la Torah y a un deseo fanático de observar los más pequeños detalles de la ley.

Durante ese tiempo fue cuando Pablo hizo sus grandes viajes misioneros, y una turba fanática -semejante a los grupos con los cuales se enfrentó Félix repetidas veces- fue la que atacó al apóstol mientras estaba en el templo de Jerusalén.  Ese tumulto se levantó cuando ciertos judíos procedentes de Asia Menor acusaron falsamente a Pablo de haber profanado el templo introduciendo a un gentil.  Pablo fue presentado ante Félix como un revolucionario, pero no habló de insurrección sino de "la justicia, del dominio propio y del juicio venidero".  No es de extrañarse que Félix, más aún que asombrarse, se espantara (Hechos 24:25).

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¹ Drusila, la segunda esposa de Félix. Era hija de Herodes Agripa I, el cual era nieto de Herodes el Grande y de Mariamna, de la antigua casa real judía de los asmoneos.  Por lo tanto, Herodes Agripa II era hermano de ella, y Berenice, su hermana. Drusila había abandonado a su primer esposo, el rey Aziz de Emesa, prosélito del judaísmo, para casarse con Félix (Josefo, Antigüedades xx. 7. 1-2). En ese momento tendría unos 22 años de edad. Tenía seis años cuando su padre mandó matar a Jacobo (Hechos 12:1, 2), y pudo haber sabido de aquel trágico acontecimiento.  Posiblemente también había oído de la liberación de Pedro de la prisión (vers. 3-19) y, sin duda, de la horrible muerte de su padre (vers. 21-23).

19.05 - Marcelo

En el tiempo de Marcelo, el siguiente procurador, hubo una amenaza de una grave rebelión en el año 38 d. C., cuando Calígula, en su infatuación, declaró que era dios y ordenó que se erigieran estatuas suyas en los templos, tanto en Roma como en las provincias.

En Alejandría, donde quizá un tercio de la población era judía, la situación fue gravísima pues había existido allí un templo judío desde los días cuando gran número de judíos huyeron de Palestina para evitar la persecución de Antíoco Epífanes, en torno al año 170 a. C.

Durante el reinado de Calígula, las luchas entre griegos y judíos en dicha ciudad dieron por resultado muchas víctimas. La turba destruyó muchas sinagogas y erigió estatuas del emperador en otras. Calígula, enfurecido porque los judíos se negaban a aceptar estatua alguna, decidió erigir por la fuerza una estatua suya en el templo de Jerusalén. Los judíos organizaron en defensa propia una gran delegación cuyo portavoz era Filón, el famoso filósofo judío de Alejandría, y llegaron a Roma. Aunque consiguieron una audiencia con Calígula, el emperador rehusó darles concesión alguna.

Cuando los judíos de Jerusalén conocieron el decreto de Calígula, se prepararon para lo peor. Se provocaron disturbios, y la situación habría sido casi con seguridad caótica si la muerte del demente Calígula, en el 41 d. C., no hubiera resuelto el problema. Claudio, su sucesor, canceló el odiado decreto.

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